POR ÁNGELA FLORES
El origami es un arte milenario de origen japonés que consiste en hacer figuras de papel. Akira Yoshizawa es el referente de esta destreza y hoy en día sus creaciones son factor cultural determinante en Japón como las canciones de Cri-Crí en México o los cuentos del Dr. Seuss en los Estados Unidos.
Aunque calificado como un pasatiempo en el mundo occidental, en Asia Oriental se inculca esta práctica desde la infancia para disciplinar la mente, ayudar a la coordinación motriz y fomentar la creatividad y el desarrollo intelectual.
En la vida adulta, el hobby adquiere relevancia terapéutica en materia de salud mental, pues la técnica —y la minuciosidad que requiere— ayuda a combatir el estrés y la depresión, así como la dislexia, el trastorno por déficit de atención e hiperactividad (TDAH) y la rehabilitación del ictus y otros accidentes cerebrovasculares.
Sin utilizar tijeras ni pegamento, el reto estimula directamente algunas áreas del cerebro, y obliga a la coordinación entre el ojo y la mano, la motricidad fina y la concentración mental. Múltiples investigaciones han demostrado que doblar papel para crear figuras, especialmente en edad preescolar, también fortalece la inteligencia lógico-matemática y espacial, dadas las características de tercera dimensión de los modelos básicos de origami.
Además, se ha teorizado que podría revolucionar los campos de la robótica, la ingeniería civil y la construcción.
Mucho se ha hablado del proyecto impulsado por la National Science Foundation y la NASA del gobierno estadounidense, en el que un equipo de investigadores, liderado por el ingeniero
mecánico Larry Howell, se inspiró en el origami para diseñar un panel solar que podía ser compactado para lanzarse y expandirse en el espacio y así generar energía solar en estaciones o satélites espaciales.
El origami no sólo inspira ambiciosos proyectos STEM, también es un hilo conductor para entender la biología: existen insectos que despliegan sus alas en patrones origami, los capullos de hojas se doblan de la misma manera, e incluso órganos del ser humano (como los pulmones y el iris) reproducen los miles de dobleces de las piezas más delicadas y elaboradas de este fino arte.
Tampoco los negocios son ajenos al origami: David Okuniev, CEO de Typeform, ha pensado en que la interfaz de usuario (UI) es un símil del origami, pues ésta sólo es eficiente a través de decisiones finas, precisas y mínimas que terminan por complementar la experiencia en un sentido integral. El origami también enseña a un líder a tomar las mejores decisiones, sin importar cuan mínimas parezcan, antes de poner en pie el resultado final de todos los esfuerzos.
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