POR HÉCTOR FARINA, Doctor en Ciencias Sociales
Una de las grandes preocupaciones de los tiempos actuales tiene que ver con la transformación del trabajo: los empleos están mutando en forma acelerada a la luz de los avances de la tecnología, con lo que se producen pequeñas revoluciones que afectan a las formas de producir, de comercializar, y, sobre todo, de la manera en la que los recursos humanos deben prepararse para ajustarse a los cambios. En pocos años, hemos visto cómo aparecen nuevos puestos de trabajo y cómo los que ya estaban se transforman y demandan más habilidades y competencias por parte de los trabajadores. Sobre todo en el
ámbito digital.
Cuando en 1994 el pensador estadounidense Jeremy Rifkin publicó su emblemático libro «El fin del trabajo», la advertencia fue contundente: la tecnología estaba reemplazando rápidamente a la mano de obra, en tanto el trabajo nunca más volvería a ser como lo conocíamos. Se avizoraba no sólo una gran pérdida de puestos de trabajo sino que también se temía que esto genere un aumento de la concentración de la riqueza en pocas empresas, las que tendrían la mayor capacidad de incorporar tecnología y prescindir de la mano de obra. Hasta ahora no ha sido así: ciertamente hay muchos empleos que desaparecen pero, a la par, aparecen nuevos puestos, con nuevas demandas, nuevos perfiles y nuevas necesidades de formación.
Hoy la cuestión no solo se ha acelerado con la pandemia –que obligó a la economía a digitalizarse rápidamente–, sino que con la popularización del ChatGPT, una herramienta de inteligencia artificial basada en un modelo de lenguaje que permite no sólo procesar millones de datos en poco tiempo sino construir narrativas, estamos ante otra revolución dentro de una revolución más grande. Actualmente estamos en una carrera apresurada de las grandes empresas de tecnología que buscan posicionar sus propias herramientas de inteligencia artificial para seguir a la vanguardia en el mercado o simplemente no quedar rezagadas en un mundo competitivo.
En este contexto de cambios, los empleos que son mecánicos y repetitivos son los que más riesgo corren de desaparecer, en tanto otros se están transformando aceleradamente. La tendencia apunta a que los empleos del futuro ya están entre nosotros: especialistas en inteligencia artificial, científicos de datos, especialistas en ciberseguridad, analistas de datos, expertos en realidad virtual y aumentada, médicos especializados en salud digital, especialistas en energías renovables y expertos en blockchain. Los comunicadores, los abogados, los médicos, los mercadólogos, los operadores de maquinaria y una larga lista de trabajadores están obligados a aprender sobre lo último en tecnología o quedarán fuera
de los puestos novedosos.
La cuestión de fondo en esta transformación del mercado del trabajo es cómo se adaptan los trabajadores y las empresas para quedar bien posicionados. El primer reto es el de la capacitación permanente: los recursos humanos deben aprender sobre el uso de inteligencia artificial, de nuevas tecnologías de la comunicación digital, big data y otros recursos para ubicarse en la lógica de producción. Y este reto no es súbito ni momentáneo, es permanente, lo cual implica que las empresas de servicio, las industrias y las universidades deben pensar estrategias para que la capacitación sea una constante.
Y cuando hablamos de la capacitación de los recursos humanos, hablamos de una inversión
educativa urgente que exige un tratamiento diferente al convencional. No se puede esperar que el trabajador, por su cuenta propia, aprenda rápidamente so pena de quedar fuera del mercado si no lo hace. Tampoco las universidades tienen la capacidad de correr con tanta rapidez. Por ello, el esfuerzo debe ser conjunto y la iniciativa privada debe contemplar la educación como la mejor inversión que se puede hacer en tiempos de cambio: invertir o quedar en el atraso, invertir para crecer, invertir para innovar, invertir para seguir en el negocio.
El reto no es sencillo porque además de la necesidad de invertir en capacitación se debe enfrentar la tendencia a la precariedad laboral: un trabajador empobrecido, con salarios bajos y con pocas certezas sobre su futuro en un empleo, no tiene condiciones para adaptarse por sí sólo a las demandas de competencias y habilidades digitales. Por ello debe haber una estrategia conjunta, planificada, que incluya la visión educativa como inversión para los trabajadores, las empresas y la economía en su conjunto.
¡Por ahí va la cosa!.
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